Por Carlos Monge
Periodista
La circunstancia de que no pudiera graduarme como músico de tuba, a sólo una semana de subir a la glorieta, no es razón que me impida pedirle un “la” a la trompeta, dos compases al clarinete, una escala al saxofón, que se tense el redoblante, y agitar la batuta con la derecha y el sombrero con la izquierda, para recibir con una fanfarria a todo cachete el Pasacalles que hoy está inaugurando nuestra apreciada colega Alexandra Ivanova.
Vengan, pues, danzones, valses, pasillos. La bomba; A media noche… Y… ¿Qué tal, para comenzar, “La Panadera”?: “Asina, asina, la panadera, qué bien que baila la güera, asina, asina la panadera, que el pan se le va a quemar… La la la ra, la la ra, la la ra…”.
No se crea que porque vivían en un confín a donde sólo se podía llegar después de varios días de travesía, vía Puntarenas/Dominical o por un trillo escabroso y sombrío que atravesaba la selva virgen de la Cordillera de Talamanca, los pioneros del Valle de El Generalvivían prisioneros de la soledad, esclavizados por el trabajo, doblados por las enfermedades y mortificados por la incertidumbre. También tenían los buenos ratos de alegría y buen gusto que –como tantas otras tradiciones y costumbres- nos dejaron como herencia.
Podría decirse que, a título personal, los que podían y se sentían virtuosos para hacerlo, se hicieron acompañar por una guitarra y acaso por una mandolina o un bandoneón. Pero, de manera más formal, también tuvieron música de orquesta (o, si se quiere, de cimarrona) desde los propios orígenes de un pueblito llamado San Isidro que habría de convertirse en parroquia y luego en diócesis, en lo que hoy esciudad cabecera del cantón de Pérez Zeledón.
A sus noventa y pico de años de edad, Papá recitaba los nombres de los músicos, como si los estuviera viendo. Celestino Mora, Rafael Rojas… Lástima, él murió y yo dejé que se escapara –por no haber anotado los nombres- ese retazo precursor y simbólico de lo que es nuestra cultura.
Pero nos dejó la imagen: eran músicos (probablemente descalzos, como casi todas las personas de aquellos tiempos) que se desplazaban desde San Marcos de Tarrazú hasta San Isidro de El General, cargando los instrumentos municipales a sus espaldas, por aquel trillo de barro endurecido por el frío, zanjado entre las cañuelas del Cerro y las raigambres de robledales y alamedas.
Sin montaña rusa ni carros chocones; sin corriente eléctrica; pero con bruja, rifas, comidas, chicha y algún garrafón de cususa escondida en una cepa de banano, los músicos armaban las fiestas del 15 de mayo, con que se recaudaban fondos para ir forjando el templo que luego habría de convertirse en la parroquia de San Isidro Labrador. Las fiestas parroquiales, en aquellas primeras décadas del siglo XX, se celebraban bajo un higuerón que estaba ubicado en un punto equidistante a donde hoy se encuentran lacatedral y la Fuerza Pública. Luego, cuando hubo buena iglesia, en el galerón.
Esta práctica, que hoy se nos figura épica y hasta mágica, se mantuvo inclusive durantelos primeros años de existencia del cantón de Pérez Zeledón (creado el 9 de octubre de 1931). Las actas municipales registran que no fue hasta 1938, cuando Rafael Rojas Andrade propuso que la Municipalidad de Pérez Zeledón comprara un instrumental en desuso de la FilarmoníaMunicipal de La Unión, provincia de Cartago.
Los instrumentos fueron adquiridos por el Estado, en 700 colones, y donados a Pérez Zeledón, durante la administración de León Cortés Castro (en 1939). Rojas fue el primer director de la orquesta filarmónica de Pérez Zeledón, en aquellos días en que la distancia entre Pérez Zeledón y San José se había reducido de una manera vertiginosa: ciertamente, todavía no existía carretera; pero sí había servicio de transporte aéreo de pasajeros.
Con esos antecedentes, recordados con nostalgia por los pocos pioneros que a principios del siglo XXI iban quedando, se llegó a una época de esplendor en la apreciación musical generaleña, que estuvo comprendida entre 1950 y 1976. Desde entonces y hasta el nacimiento de la Escuela de Música de Pérez Zeledón, se dio un largo vacío en este campo de la cultura, con un significativo giro, temporal, hacia la música popular de salón de baile.
A ritmo de corno, bombos, trompetas, y saxofones, la alegre y singular cimarrona La Musa de El General alegra los corazones de quienes moran en este valle.
Y es que ahora las calles generaleñas vibran, pues esta cimarrona armoniza en cada rincón del pueblo con el objetivo de resucitar esta hermosa tradición.
Por ejemplo, La Musa de El General salió a escena con un vasto repertorio musical, tras la salida de la misa dominical mañanera.
“Es una inquietud que hemos tenido desde hace bastantes años y queremos devolverle al pueblo generaleño lo que se le ha negado”, manifestó Fernando León, miembro de la banda.
Herencia. Estos músicos consideran que la conformación de esta cimarrona obedece a un legado de sus antecesores.
De ahí que recuerdan a don Celestino Mora, quien consiguió los primeros instrumentos para el cantón de Pérez Zeledón, donados por la Municipalidad de Tres Ríos.
Igual rinden homenaje a don Basilio Quesada, quien renovó la música de cuerdas, y les heredó a su hijo predilecto, a todo un maestro, don Alfonso Quesada.
Pero, sobre todo, agradecen a Ramón Mata Meoño, quien revolucionó la cultura musical en el cantón generaleño a partir de los años 50, para dar origen a estos músicos que hoy resurgen entre los laberintos del pentagrama.
Colados. No será extraño ahora verlos luego de misa en el atrio de la catedral, en el anfiteatro del parque, en los turnos, o en el Mercado Municipal, pues esta cimarrona vuelve para quedarse.
“Revivimos porque desde 1976 desapareció la única filarmónica que había y, pese a que luego hubo una cimarrona, esta no fructificó” argumentó León.
“Ahora pretendemos levantar el interés en los regidores municipales y del Ministerio de Cultura para que el pueblo generaleño se deleite los domingos con buena música”, agregó el músico.
La banda la integran nueve artistas: Marvin Robles, Jacobo Robles, Juan Porras, Amando Elizondo, Miguel Ureña, Juan Aragón, Sergio Amador, Alberto Ureña y Fernando León.
Pérez Zeledón. Resurgió como un legado de los antecesores, entre ellos: Celestino Mora, quien consiguió los primeros instrumentos para el cantón de Pérez Zeledón, donados por la municipalidad de Tres Ríos.
También, a Basilio Quesada y Alfonso Quesada.
Indica Fernando León, en la página de Facebook de la agrupación, que n 1976, desapareció la única filarmónica que había por disposiciones de la municipalidad y pese a que luego hubo una cimarrona, esta tampoco fructificó.
Ahora, tiene nuevos integrantes y utilizan instrumentos con el bajo, trompetas, saxofones, bombo y redoblante.
Aparte de los instrumentos, ahora también realizan presentaciones con una mascarada.
La cimarrona ameniza todo tipo de actividad.